La sofisticación de las gotas de lluvia
me recuerda al perfil de tu figura
que cuando impactan contra el suelo
y se esparcen en diminutas olas
como si estallase un polvorín
de agua
son como tú cuando te viertes,
toda entera, desarrollándote
en mi boca,
mujer en cauce,
serpiente o lombriz
etérea
que en mi impulso de sangre
navega,
que en mi pericardio marca
con un malva resplandor
el fin y el comienzo de las horas.
Lloviste en mi boca amor,
lloviste en mis ojos,
llueves aún en mi vientre;
reclamaste las lágrimas de mi cara.
Eres tormenta en la metáfora,
mi sed, vida mía.
Contigo he aprendido la magnitud
real
de mis órganos, de mis músculos;
tú has aprendido, líquida como eres,
la magnitud real de mis arterias.
Te prometo que no te diferencio
de mí
cuando estamos juntos, solamente
cuando el arrobo y el candor
-de la calle
exige su onza de carne.
Me cuesta entregarte entonces,
amor,
me cuesta ver cómo deslizas
tu cuerpo de agua entre mis manos,
te deshilachas entre mis dedos,
quedamente,
cómo retrocedes con la marea,
llueves de mi boca,
tactiqueas
Intercambiado el orden
de los cielos
-de más cosas;
y en tu camino, en tu trepar o caer,
precipitar como un martirio silencioso,
recobro el alma y a mis vísceras
y entonces no sé
si lo que ha pasado ha sido el sueño
o la vigilia.
Mira en estas páginas.
se me amartilla el corazón
hasta verte mañana.
¿Me ves?
Yo te amo.
Con locura.
Muchas gracias.