Hace un montón de tiempo que no llueve de veras en Barcelona. Es cierto. A veces se forma una neblina acuosa hecha de porciones ridículas de gotas de agua a la que no negaré cierto encanto urbano, dentro de lo modestamente encantador que se puede ser en ese ámbito, pero desde que estoy aquí a penas recuerdo media vez de aquellas en que la ciudad se purifica por fin y al abrir las ventanas huele a mojado y en la habitación entra la nostalgia. Claro que no tengo ventana en mi habitación. Bueno, seguiría estando bien aunque no tenga ventana. Yo qué sé. En mi otra ciudad sí llovía de vez en cuando, y no está tan lejos. Era un gran revulsivo poético. Que no lo haga aquí, donde o solo escribo mierda o soy tan intransigente conmigo, no parece en el fondo –más allá de la falacia lógica, quiero decir- casual. Claro que no escribía por la lluvia pero en cierto modo sí escribía con ella (a propósito, ¿a que las cursivas las lees como con una entonación mental diferente?; a mí me molan mucho, tienen mucha significancia). En un mundo donde llueve la poesía es natural, un elemento más del universo, bonita por su neutralidad como neutral es el resto de cosas. Bellamente neutral como la conciencia de formar nosotros mismos parte de esa quietud dinámica o inmovilidad mágica, de esa vinculación o identificación, nada ascética porque está hinchada de emoción pura –emoción neutra-, con el resto de cosas. Puede que las gotas de lluvia que tendrían que caer sobre Barcelona se astillen progresivamente durante la caída en contacto con la contaminación y así vayan desgranándose hasta las incontables protocoléculas que son la neblina de que os hablaba antes. Y otra cosa, JAJA. Pero por Dios, vaya gilipollez, ¿verdad? Y es incluso más gracioso porque, ¿no os lo decía yo lo de la intransigencia? Sí que lo he hecho, ha sido casi a la vez que lo de introducir el concepto de la neblina. Más gracioso porque así el texto queda como compacto, ¿no es cierto?, autorreferente, tautológico, esférico, y da risa de esa de estimulación intelectual. En ese sentido no es tanto risa como orgasmo de las neuronas, como cuando entiendes un chiste un poco rebuscado, pero es algo que se tiende a confundir mucho con la gracia –a caso porque este que he puesto, el del chiste, es el ejemplo paradigmático-. Para mí son cosas completamente distintas, no tienen nada que ver. Cuando algo es gracioso no necesitas tener la autoestima alta para reírte y en cambio este texto, estoy seguro, repatearía a gente con poca autoestima que lo encontraría pedante y tal. Seguro que dirían eso de que es pedante y luego que hay muchos paréntesis para su gusto –por eso pongo guiones en su lugar, para joder a esos, una pequeña venganza, una vengancilla-. Seguro que incluso me criticarían por hacer demasiadas repeticiones.
Ah, lector… Te estarás preguntando para qué llevas estos dos minutos y medio leyendo si el escrito ya va por la mitad y aún no hecho siquiera ademán de ir a seguir un hilo coherente. No te culpo. Lo que me pasa en realidad es que acabo de volver de la facultad y me ha parecido momento de desempolvar el procesador de textos y las rugosidades de mi mente porque ya hace un año y pico que me olvidé de mis prioridades, que eran indudablemente artísticas y que habían surgido ellas solas, y da pena. Y como está lloviendo un poco afuera y la lluvia fue motivo de texto en su momento y, por lo tanto, lleva consigo cierto predisponerme, me ha servido de excusa para empezar. Se diría que ha hecho funciones de plumero. Es difícil saber de qué hablar al principio, cuando empiezas a hablar, pero si te das un rato empiezan a venirte cosas importantes a la boca. Confío que pase también ahora, si no voy a parecerte un peñazo, como persona y como entrada de blog. Aunque últimamente estoy de hecho bastante peñazo. La gente que me quiere lo entiende, claro. Como esto lo leerá prácticamente en exclusiva gente que me quiere no me importa admitirlo, pero si no como para hacerlo, ¿eh? Como para decir la verdad de lo que siento sobre mí mismo y que los demás la escuchen y me vayan a tener en peor consideración por culpa nada más que mía. No saber que no se puede hablar de cosas importantes para uno porque eso te presenta como alguien débil -ya que te presenta como alguien humano y los humanos tienen debilidades (algunas preciosas)- y que es mejor pretender ser algo que no eres, ahogando tus inquietudes -antes de continuar me gustaría señalar que la última cursiva no es demasiado justificable-. No sé dónde leí que no deberíamos actuar como si no fuésemos nosotros mismos por miedo a no ser aceptados al hacerlo; pretendemos entonces ser peores personas, más agresivas o más sumisas, mentirosas de su propia naturaleza, y siendo así somos, indeed, aceptados. ¿Por qué si siendo peores de los que en realidad somos conseguimos la ansiada aceptación nos preocupa no conseguirla al dar ese paso radiante al nosotros mismos? Esto suena a cosa de Herman Hesse, ¿verdad? pero no estoy seguro. Bueno, quizá sí. Quizá lo decía Demian. Sí, definitivamente lo decía él. Bueno, sea como sea se trataba de una pregunta retórica claramente, pero después de haber tenido en mi propia vida un amplio caldo de cultivo sobre el que experimentar, supongo que tanto como cualquier otra persona en la suya, creo que encontraría varios puntos oscuros sobre los que discutir la supuesta evidencia de la respuesta. Otra pregunta retórica sería la siguiente. ¿Si la gente mala consigue cosas buenas para si, es tan malo ser malo? Quiero decir, que se podría pensar que lo de empeorarse un-poco-conscientemente rebajando la propia categoría podría responder a la conveniencia social de no ser bueno. Aunque ambos términos, bueno y malo, sean tan laxos, creo que al menos como duda, y respaldada empíricamente (¿tanta gente es tan tonta de rebajarse para convivir con otra gente?), vale. Lo que no habíamos tenido en cuenta ni tú, lector, ni yo, es que Herman Hesse murió en Suiza hace ya bastantes años -de un derrame cerebral, o un infarte cerebral, no sé si es lo mismo pero si no, lo segundo; y lo hizo tranquilo en su casa, era definitivamente un pensador-. Bueno, en resumen, que no me gusta lo que se entiende por pasar un rato distendido con alguien aquí en Barcelona. Al final nos pasamos el día caminando por la superficie de la vida sin ver la tercera dimensión, día tras día –del coño a la tumba sin rozar siquiera el horror de la vida, decía pesimistamente Bukowski-. Y como no llueve (,) a penas me voy acordando. A ver si lo hace ya. La atmósfera de esta ciudad está muy cargada de mierda. Es pegajosa y me está matando.
2 comentarios:
24 de diciembre de 2010, 6:17
Es bueno esto de visitar la tercera dimensión aunque sea un rato. Y plasmarlo para que sea más fácil que otros entremos es mejor aún.
Las personas necesitamos de otras personas. Son esa impaciencia y ese egoísmo que caracterizan al ser humano los que nos motivan a pretender ser aceptados aunque implique ensuciarnos un poco.
Eso es fácil siempre que evitemos en toda medida mirar en nuestro interior. Así no vemos lo manchado que está nuestro espíritu.
Luego viene cuando las personas como tú se enfrentan a ellas mismas, se observan por dentro, se conocen y puede que actúen un poco más en su beneficio, valorándose, la próxima vez. Evaluar qué les compensa más: sentirse aceptadas o sentirse puras.
En el mundo en el que vivimos parecen ser sentimientos incompatibles. Estoy segura de que no lo son.
24 de diciembre de 2010, 6:20
P.D. Ah, se me olvidaba.
Feliz Navidad. :)
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