Diálisis I: poesía, belleza, (des)esperanza



Muchas cosas han pasado desde que empecé este blog. Bueno. En el relativo infrauniverso que es la historia de mi vida y los cambios que se van procesando en mi personalidad. El primer post que escribí (podéis mirarlo, es éste: http://rayhaller.blogspot.com/2009/01/platero-y-yo-o-hablando-en-plata.html) decía bastante claramente, un poco entre toda esa verborrea que él mismo señala, que iba a escribir para levantarme la moral y luego, al final, elevaba a Juan Ramón Jiménez al cielo de los entes literarios catapultándolo, la calvota por delante y dando gritos mientras atravesaba insospechadas nubes en su vuelo. Sobre él descubriría más adelante que pasaba horas muertas del día achuchando violentamente a su mujer y que eran sus manos manchadas las que luego  de aquello sudaban sus oh,-maravillosos-poemas.  Claro que quién seré yo para juzgar, pero desde ese día se invirtió en mí (lo digo así porque yo no tuve nada que ver) la concepción de la poesía, que pasó de se un acto enorme de rebeldía y complejidad espiritual a traducir en palabras la cobardía de un autor (con contaditas excepciones) cuyo terror y cuyo pene pequeño y cuyos demás traumas hacen que se vaya a tapar con la gris manta del academicismo como  un niño acechado por el miedo a la oscuridad se hace un capullo de oruga con el edredón. Sobre lo otro, lo de levantarme la moral, basta decir que el día en que escribía eso lo más importante era parecer que iba sobrado en general, como de vuelta ya, y no si para conseguirlo recurría al socorrido método de “soltar gilipolleces”. ¿Paradoja? Depende el público. Tampoco seré muy duro conmigo mismo por eso. Al fin y al cabo no sabía nada aún sobre la manta académica de J.J. y hasta lo admiraba por haber parido tanta belleza.

De aquella época tengo un recuerdo bastante vívido, yo, que tiendo a difuminar y a quitarle valor a la memoria, como hacemos todos con las cosas que no se nos dan bien (¿o no será al revés, que no se nos dan bien porque les quitamos valor?). Hacía poco que había vuelto de un viaje de dos meses en Senegal que me había curtido o ensuciado, según se mire, como cualquier viaje. De eso trata al final este post de dos años más tarde, del curtirse o ensuciarse que es crecer; porque después de todo lo pasado desde que empecé el blog no dejo de sentirme un traidor algunas veces con el yo que fui, aunque sepa los procesos que he seguido y la necesidad que ha habido de tomarlos en este camino hacia ninguna parte, donde no hay cosas especialmente importantes y la nada nos aprisiona tintando una inconsistencia de fondo en cualquier cosa que hagamos o seamos, A.K.A vida. Antes me sentía puro y original, un producto de mi propia alma. Dentro de las tinieblas de debajo de la manta, el exterior –la habitación, metáfora del mundo- se antojaba mucho más luminoso. Creo que la definición que demos en cada momento de nuestra historia sobre lo que es la vida es bastante orientativa de lo que somos, el regusto que tienen nuestros actos y nuestros pensamientos. Al principio del blog, de haberla escrito, habría habido mucho menos de Camus y mucho más de esperanza. Y a veces lo he intentando, lo de recuperarme un poco como era entonces, aunque consciente esta vez de que era mentira. Revivir de una manera crepuscular y atemporal, porque era un sueño bonito Oscar Wilde, Lorca y Bécquer. Pero uno acaba rendido a una evidencia que postra trágicamente ante lo cotidiano, imagen demasiado visceral, nada poética. El día a día de mundo descarnado. ¡Y por mucho que lo intentes! Fue el golpe de gracia a la generación del 98 y la del 27. Mi propia guerra mundial, con un solo amigo –y mi perro-. (http://talentodevivir.blogspot.com/2009/08/arthur-rimbaud.html)

El cine. Como siempre me ha gustado el arte y el cine es un arte complejísimo del que disfrutar (¡incluso acompañado!) en el sillón y con aire acondicionado cuando fuera de la película espera un universo hostil, siempre ha habido películas y directores en mi vida. Al principio del blog estaba Bergman de cabecera. Cuánto me gustaba. Bergman era mi fe en la humanidad. En cierto modo aún lo es porque sigo siendo tan incapaz como entonces de decir nada más sobre él que que me colapsó de emoción. Aún no tengo palabras y ante lo que me explica me sigo sintiendo un niño pequeño que enfrenta con ganas y espíritu de descubrimiento y se maravilla ante todo. Lo que pasa es que cuando acaba la película me siento habiendo admirado otra humanidad posible, sincera consigo misma, a través de un ojal. Lo que Bergman me enseñaba -las alturas del ser humano- es convertido o insultado en un cuento por el mundo que me rodea, que está obstinado en dar continuidad a su estupidez y margina a Kierkegaard y a Strindberg y prefiere valerse de teorías científicas para equipar al ser humano contra el horror de la existencia. Barcelona es un manicomio por cosas como estas. El hombre no estaría a la altura del barro si la humanidad no se hubiese convencido de que lo está.


Ya me he cansado un poco de tanto yo. Seguiré otra mañana como esta. En los siguientes capítulos la ciencia, el subjetivismo, el tedio de pensar, los otros y cómo se infieren a ellos mismos en tu vida para transmitirte sus  problemas psicológicos, el no le importamos muchos a nadie, la psicosis mundial, el amor y otras cosas que se me ocurran.