Y además lo de tener que envejecer en un sitio así

Le habían negado el recurso por el reparto de bienes en su divorcio. Se cagó un poquito en la puta por compromiso, por intuir el pequeño placer del enfado. Al menos sabía por qué lo hacía. Era un hombre que se vanagloriaba de estar furiosamente en contacto con su sinceridad. En realidad cualquier sentimiento que pudiese haber traído consigo el burofax le había pasado a través sin hacerle estornudar. Y es que en cualquier caso aún quedaban muchas cosas con qué defenderse. Lo que pasó con los niños hacía diez o doce años, la historia de la evasión de impuestos que habían estando contándose en petit comité él y su mujer durante varios años, la simple e indecente amedrentación valiéndose de cualquiera de esas dos cosas iba servir, estaba convencido, pero sino se podía asustar con más cosas. Luego estaba la posibilidad de recurrir otra vez, lo de perseguir al juez, lo de pactar con el abogado de ella; pinchar a unos por aquí y por allá, pagara un detective para que robase su intimidad y a ver qué sacaba, llevar el pleito al extremo hasta que fuese demasiado costoso para ella como para seguir. Vaya, que recursos había si hacías que te sentase como algo personal y habías superado ya el escalón de la ética. Él iba a ganar porque lo tomaba como una verdadera pelea, cosa que demuestra que este tipo de cosas pueden ser tomadas como verdaderas peleas, es una de las tantas maneras de tomárselo que hay. Maldito subjetivismo. Y en las peleas puedes usar cualquier cosa como un arma, no hay que quedarse en la puerilidad de las piedras y la arena en la cara; una cañería suelta, una enciclopedia, una lata de fanta, la báscula, la tradicional alternativa de la vajilla, el abrelatas, el sillín de la bici, todo está ahí para que lo aproveches, todo vale. Ganas si tienes más imaginación que escrúpulos. Eso es, más o menos, si te importa un huevo todo menos tú, reflexionen. Qué libre se es, qué poco pesa el pensamiento cuando se dedica a maquinar, y qué espacio queda entonces para la creatividad. Ni tan solo hay que ser codicioso, solo psicopático, el resto viene solo. Tenemos suerte de los anticonceptivos orales. Desde que nuestras sociedades promueven el desorden mental, y en casos como el de este hombre los recompensan haciéndolos medrar hasta las cúpulas (económicas, dirigentes, las que mejor perspectiva tienen de reproducción y continuidad si se lo proponen), parecen haber elegido el camino directo hacia la autodestrucción. Bueno, no hablo del fin de la humanidad. Es solo recalcar la broma de mundo en que vivimos, dar ganas de emigrar a Groenlandia para que haya cierta vidilla por allí cuando ya no me aguante más de la risa y me mude a las nieves perpetuas. Gobernados por pirados incapaces de alcanzar el concepto de los demás como individuos con existencias ajenas a la suya, que dan continuidad a su sistema –sin querer, por supuesto- con la mágica paradoja de no necesitar esa continuidad, y mucho menos descendencia; exigidos de perder la inocencia, con ella los principios, por una lado, y castigados por hacerlo en el otro; ablandados con una maquinaria implacable de matar el tiempo que curiosamente también es fruto de la casualidad; y con ese maldito subjetivismo que nunca nos dejará distinguir quién tiene razón y quién no. Y detrás de todo esto Nietzsche. Sin querer, por supuesto. Los cambios metafísicos son los que dirimen cuáles serán los nuevos acontecimientos en el porvenir de nuestra especie. ¿Pero tú vas a fiarte de alguien como él?