Nighthawks, de la novela homónima



-Ese cuadro. Siempre ha estado ahí. Lo recuerdo en mi infancia. Cuando era muy pequeño creía que me daba miedo; luego aprendí que me fascinaba. Después ha sido mucho tiempo hasta que he entendido. Ahora ya me ha amparado su magia. Su misterio me ha dejado recabar. Esas personas en el bar, el hombre con la mujer y el otro hombre en la barra, y también el camarero e incluso la mujer de rojo; son todos lo mismo. Tienen la misma cara. El mismo porte. Son la misma persona, en sola compañía. Porque el resto de la ciudad está vacía. Ese bar, su silencio; el silencio de ese bar es el único ruido de la ciudad, su única luz. El resto es un multitudinario caparazón hueco, todos los demás interiores no están inventados. Falta toda la gente que nunca ha estado. ¿Pero por qué están aquí estas cuatro personas - que son la misma? Algo debe haber arrastrado las cenizas de su fracaso hasta este lugar. Aunque quizá no. Sea como sea llevan en ese sitio mucho tiempo, tanto  que incluso el tiempo se ha amoldado a la quietud y ha dejado de moverse, ¿verdad?, o a caso ha caído en la entelequia. Puede que solamente se marchase un día. Y yo. Yo también estoy en el cuadro. Afuera, en la calle, los he encontrado. Una cohorte de desamparados refugiándose en la inmovilidad sinuosa del bar, del cuadro, del estar pintados, y yo, yo que soy el segundo o el quinto o el único habitante de la ciudad cavernosa según ser mire; yo, que si hubiese sido el pintor hubiera encontrado mi sola cara tras los cristales y que si no lo soy encuentro el refugio de la comprensión en el muerto regazo, en los surcos a caso, de sus facciones disecadas. Pero al cabo quién es quién da igual. Ya resta solamente entrar en el bar; auspiciarse en el bar como para siempre durante el instante en que resida el limbo de la lucidez en mí esta noche, y cuando entre, a mi vera su cara; la mía no la podré ver. Porque por sentir la dura y vacua caricia del compañero, aunque ampare, no se está menos solo. Amigo. Soy joven. A veces lo miro y luego lloro de pronto. Hopper escaló su llanto y lo domó, lo convirtió en resignación para hacer con ella un cuadro. Lejos de evaporarse, el misterio es ahora incluso mayor… pero de algún modo mantiene la misma naturaleza que en el recuerdo de mi infancia.

1 comentarios:

  Anónimo

11 de diciembre de 2010, 20:03

Magnífico.

:)

Hopper siempre me transmitió esa soledad del hombre posmoderno... Ahora lo has descrito como yo nunca lo hubiera hecho.

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