sábado, 28 de marzo de 2009 {0 comentarios}
El cigarrillo a medio fumar ya se había descabezado hacía rato contra el mármol negro del cenicero y se estaba empezando a astillar doblado mientras unas uñas rojas lo atornillaban, cogiéndolo por las trazas de carmín. Encima del alquitrán arrastrado, entre la ceniza, brillaban aún dos chispas naranjas. Brillaban mucho porque estaba todo muy oscuro. Aquél día no hubiese sido una buena idea encender las luces. Cualquiera podría haberse alegrado de ver que había alguien en casa, y ellos dos preferían ser parcos, no ir esculpiendo sonrisas perversas con los labios -delgados y agrietados, seguramente- de nadie. Como en una buena película, había un rayo de luna entrado por la ventana que caía sobre sus tobillos y sus pies sin zapatos y hasta un poco de las piernas cruzadas; y la rejilla fina, coqueta de sus medias se medía con la piel desnuda en una disputa muy igual. Cuando sus dedos soltaron el cadáver destripado ya no podía haberse caído más. Entonces levantó la mirada y se posó directa desde los restos en mis ojos. Daba la sensación de que había estado pensando todo ese rato en lo que iba a decir ahora.
-Te quiero, ¿lo sabes?
Todo tenía mil ápices de irrealidad y aún así estábamos más conscientes que nunca, con la consciencia que da solamente estar bendecido por la vida, aunque quiera divorciarse de ti y verte muerto a su vez.
-No es verdad. -Pero le brillaban las pupilas bajo el claroscuro- Quítate la ropa. No nos hace falta hablar de amor. El fin ya ha sido para los dos.
-Te quiero, -repitió, exactamente con la misma voz concreta y vacía de antes. Y se llevó el brazo atrás y empezó a sonar el traqueteo de la cremallera.
jueves, 26 de marzo de 2009 {0 comentarios}
Quines esgarrinxades em fa la dolçor
que és trepada a les parets
-ho veus?
et duc d'empremta
escrita al cos-.
Tinc mal sota el tall quan guaito
de guaitar les portes
i saber que no m'hi esperes darrere
per no deixar-me entrar;
i quan la vull cloure la ferida, prement-li les comissures,
ajuntant-la amb els dits,
sols en surt sang més roja i més pura
-avui que la he obert jo
anava amb el cor
esclafit entre les mans,
d'ofrena a l'insondable del rebedor
perquè d'un joc d'ombres
en sortís una que fos la teva-.
Vora un ull me'n sagna una altre, la del rostre
si trobo l'esperit d'alguna olor que hi és
i que és com oloren les olors
que ja han passat
-i sols hi és per a mi,
però imprecisa,
i fuig,
fuig,
fuig sempre...
de mi-
N'hi ha una que se m'esquinça de vegades, d'improvís,
no ho sé,
al carrer, a la escala, a la cuina, on sigui,
i quin mal llavors,
quin mal d'enyor
em prem la agulla al pit.
I quan...
I quan...
I quin dolor mut
-el pitjor-
la ferida a les ales
quan miro allí per no mirar res
-que m'ets a tot arreu-.
Ai...
És que amb besos
vàrem gravar-nos les presències
sobre el tors de l'aire
i encara suren rere el silenci
i per tot hi ha una remor feta de riures
i de veus i de cants
i feta també d'ocells...
D'ençà que quan m'adormo
dormo al costat d'una transparència de pell
que és teva,
i quan somio és que m'hi abraço,
-no!-
usurpant-li el lloc que té al llit
miércoles, 25 de marzo de 2009 {0 comentarios}
Bajo siete cielos violáceos
a la espalda del horizonte, la naranja lengua de sol,
en el suelo donde lloran las azucenas
no hay muertos, no hay hombres,
flores que arrullan apenas y dormida hierba, eso es todo,
y un corazón fugitivo, asustado,
un corazón tumbado a medio derrotar,
hundido o clavado en el suelo,
un corazón perseguido por una espada,
desquiciado, hecho jirones,
que remonta vida aún pero que solo la remonta a penas,
que está agrietado, plegado sobre si,
abrazado a sus hombros cardíacos,
evacuado,
casi seco...
tan joven y tan viejo,
pero aún late a su vida, la empele con un golpe titánico a cada latido,
y en cada uno es como si pusiese toda la fuerza última que le queda;
se diría que la quiere.
Es una vida de pedazos, hecha con tela de recuerdos,
lana de recuerdos, esparto de recuerdos,
con lino de un pasado más remoto que si misma,
con seda de aquella memoria sin venas,
esculpida sobre una piel pura que fue.
De cada costura suya ha rodado una gota de sangre,
de cada hilo se ha abrazado un torrente rojo,
un cauce de sangre con peces de plata;
por los dedos penden, siempre penden,
rubís redondos que se añoran,
rubís nostálgicos que han de partir
y la noche antes sueñan con su viejo corazón
y le ven latir esforzado, oprimido, madre sola,
y a caso al fin se arrepienten de haberse marchado,
de haberse ido navegado por las heridas,
justo a un instante de caer contra su final ansiado,
cortando el silencio de cristal,
hacia la muerte áspera y marrón de las gotas de sangre,
que es una muerte como de cuero
en un mar secado todo.
Bajo siete cielos violáceos,
a la espalda de la naranja lengua del sol de oriente,
hay un vilo de estertores naufragado
y por él lloran, desvividas, las azucenas.
martes, 3 de marzo de 2009 {0 comentarios}
Un cristal cuelga de un hilo de agua
desde el techo de la habitación,
iridiscente.
En la pared móviles
se comban cien sombras
de licores dulces y de vinos viejos.
Soñando sueña que mira el carrusel
oyendo el ding cling del cristal.
-No hay personas que nos quiebren.
Ding cling.
Una llama naranja, hundida y cándida
que en el centro de unos ojos palpita
esperando, esperando, esperando...
ardiente en un sino ardiente en un cuerpo frío.
Hay besos gestándose a la calor de su adentro,
palabras de aire, o palabras de espada;
hay lugares de colores
y, ai...
no vayan a nacer muertos.
-No hay personas que nos quiebren.
Ding cling.
Nunca soy consciente de que quiero
más que cuando es ya tarde
para querer.
Soy un tonto del amor.
¿Y cuanto ya que a cada hora
me estoy ocupando de mí
sin ocuparme de mí siquiera?
-No hay personas que nos quiebren.
Ding...
¡Plas!
Quiero hablarte con todas las del abecedario,
quiero poder ser sincero.
Que nos dore los párpados esa luz de mediodía,
aunque, como debe dar, dará igual el tiempo,
y nos los arrugue a los dos con su caricia colorada,
entrando por la ventana con el olor del agosto azul
o con la hoja parda que crepite pidiéndonos asilo
-en el lenguaje de las hojas-
del otoño marchando que la quiere llevar;
o si quieres, puede entrar también entre la niebla,
crédula manta que se cree que ciega
los embates de nuestro rayo de sol,
-el nuestro-
incansable siempre, infalible cada mañana
en la ventana aquella que sabremos
sólo tú y yo
y que estará en -shhht-
Quiero que las cosas dejen de parecer cosas
otra vez.
Y quiero acabar ya este poema, que no te quiero aburrir,
y quiero que vuelvas,
y te quiero,
y que cuando vuelvas me digas tú
qué idiota he sido.
Si no, voy ahora a que me pinche
un chino especialista.