Moción de censura: pulpo a la gallega (1 de 2)



Para mí, como para la mayor parte del mundo cuerdo, el paradigma de tranquilidad, el momento más próximo al éxtasis, cuando el tiempo corre a través mio sin efectos -sin rozarme una sola partícula- y estoy en comunión con el todo, es cuando puedo conseguirme un rato entre semana después de comer para recogerme ante el televisor y ver un documental de esos de la dos o del canal 33. Se diría que es la misma gloria sin serlo completamente, con sus ventajas consecuentes (el no estar muerto) y sus inconvenientes (siempre queda en el inconsciente un pequeño reducto de duda, le atenazan a uno los títulos de crédito y el saber que ha de acabar) y juraría que al volver de ellos a la vida a eso de las cinco estoy más reposado que tras una noche entera en la cama. Y aunque los contenidos puedan ser más o menos sugestivos (lo listos que son los animales, ¿eh?), no son lo que me derrumba sobre el sofá; eso lo hago por su potencialidad como runrún calmante pero no los disfruto menos por ello, aunque los disfrute a mi modo. Así, pensad lo magnífico que debió ser el que vi el otro día que en lugar de hundirme entre los cojines me retuvo entre sus tentáculos hasta el apoteósico final con los comentarios más superlativos e impactantes de los expertos en el tema. "Creo que el pulpo tiene una suerte de hegemonía en el mar. Es el animal que se ha conseguido adaptar mejor a su hábitat submarino e incluso creo que, en ciertos aspectos, puede competir con el ser humano. Todo tras un camino evolutivo que lo emparenta con los moluscos sin a penas movilidad que hollan la arena del fondo del mar". Expertos todos, sí, apasionados de los crustáceos y los moluscos. ¿Pero sabíais algo de las múltiples facultades sobrenaturales que tienen, de su intelecto y de todo eso que los convierte en los atlantes perdidos (lo que más se les parece), en la descendencia misma del mismo Cthulhu? Y en el fondo son muy monos:

Es un crimen meterlos en una sartén. Que os lo creáis es toda la finalidad de este artículo.


Los pulpos son animales de la familia de los moluscos; eso significa que están en la misma familia que las sepias (claro, diréis) y también en la misma que los berberechos (¿en serio? Guau). En realidad, la historia que tiene tras de sí todo este árbol genealógico que se remonta al paleozoico (hace más de 540 millones de años) es ya muy interesante por si misma. Por aquel entonces en el mundo los triunfadores tenían carcasa, y los moluscos, reducida como estaba la vida animal al fondo del mar, deberían haber sido los dueños absolutos del mundo. Pero tuvieron la desgracia de haber aparecido muy pequeños; en cambio, ya pululaban por las inhóspitas tierras subacuáticas seres más viejos, con carcasas igual de duras, y más grandes. Los había móviles y especialmente grandotes, lentas y patosas máquinas de matar, sondeando hora tras hora, milenio tras milenio, el fondo de los océanos al amparo de sus caparazones -y había muchos, no creáis, pero unos más fotogénicos que otros (en eso es indiscutible el carisma de los trilobites) y sólo han trascendido aquellos que tenían buena apariencia- hasta que existieron los peces o algo que se les parecía. Era muy práctico saber nadar por encima del suelo, burlándote y sacando la lengua a las maldicientes moles, para vivir más y mejor que ellas; y no sólo eso. Les podías hacer las jugarretas de comer las pachinas cámbricas que tuviesen cerca para dejarles morir de hambre y perpetrar así una venganza generacional. Ese fue el final de los grandes artrópodos (y otras cosas) asesinos del fondo del mar y cayó en picado toda acción en cáscaras, caparazones o exoesqueleto en general. Los que eran demasiado lentos y demasiado grandes para seguir el curso de la batalla evolutiva se remodelaron o bien haciéndose más pequeños y manteniendo su caparazón o ganando velocidad y perdiendo a cambio y gradualmente sus cáscaras. A esa idea del ganar velocidad se adscribieron algunos moluscos listos y de eso fueron perfeccionándose los pulpos y las sepias y casi todos los moluscos que saben nadar (los cefalópodos). De hecho los pulpos aún conservan una pequeña parte de su cáscara histórica, degenerada y reblandecida, en la parte superior de la cabeza.

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