-¿Oyes el silencio?
-Sí, lo oigo.
-Hubo un tiempo en que las noches eran para dormir. Profundamente dormir. Soñar. Y despertar sin temores. Alma...
-¿Sí?
-¿Cansada?
-No..., no mucho.
-Seguiremos despiertos hasta que amanezca. Esta hora es la peor. ¿Sabes cómo la llaman?
-No -susurra.
-Los viejos la llaman la hora del lobo. Es la hora en que muere más gente y nacen más niño.
Dormidos tendríamos pesadillas y despiertos...
-Tendremos miedo.
-Tendremos miedo.
(Respiración)
-¿Qué te ocurre?
-No, no es nada. Por un momento he pensado en mi niñez. En uno de mis muchos castigos. Me metían en un gran armario y cerraban la puerta. No se oía nada. Estaba a oscuras. Me volvía loco de miedo. Gritaba y pateaba. Me habían dicho muchas veces que un enanillo vivía en el fondo del armario y que mordía los dedos de los pies de los niños malos. Cuando dejaba de patalear oía un crujido horrible en el fondo del armario. Sabía que mi hora había llegado. Sentía en pánico penetrando en mi piel. Y lleno de terror me suba a las cajas de zapatos buscando una salida. La ropa caía sobre mí enredándose en mis pies y haciéndome caer. Luchaba desesperadamente para intentar salvarme de aquella horrible criatura. Gritaba continuamente lleno de terror y pedía perdón. Al fin abría la puerta y podía salir de aquellas tinieblas. Mi padre decía "mamá dice que estás arrepentido" y yo imploraba "sí, por favor, por favor perdóname" Entonces decía "túmbate en el sofá". Iba al gran sofá verde del despacho de mi padre, ponía un cojín encima de otro, preparaba el bastón de mi padre, me bajaba los pantalones y me inclinaba sobre los cojines. Mi padre decía "¿cuantos bastonazos te mereces?" Y yo contestaba "los que sean necesarios" Y empezaba a pegarme. Pegaba fuerte... pero yo lo resistía. Cuando terminaba el castigo, yo me volvía a mi madre y le preguntaba "¿Puedes perdonarme ahora mamá?" Ella lloraba y decía claro que te perdono. Me tendía la mano y yo la besaba.
-Alma... ¿Estás dormida?
-No. Sigo despierta. Hay tanto silencio... Es extraño lo calmado que está el mar. Cuando está tan quieto hay un silencio tan poco natural que me produce miedo.
-¿Lloras?
-No. Pienso en el niño. En su silenciosa oscuridad. Es como si no fuera a vernos nunca.
-No te preocupes.
-Cógeme la mano. Ya estoy mejor.
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