Una de las cosas más agresivas que han venido a encontrarme en este tiempo ha sido lo de que no le importamos muchos a nadie. Supongo que forma parte de la fase de la vida en que dejas a tu casa y a tu familia, si tu casa y tu familia han sido afables y te han querido en su sino. Paso madurativo doloroso pero necesario; aún ahora que ya lo he verbalizado, haciéndolo patente en mi imaginario, sigo notando un núcleo de resistencia dentro de mí a la aceptación de algo tan triste. A esa parte de mí se le antoja una resignación. Por supuesto que se trata de un fragmento emotivo de mi preconsciente, para una mente preclara y lógica saltaba a la vista desde el primer contacto con la acera de la calle, y es por eso mismo que se retuerce de lástima y patalea, porque como es, está más en contacto con esa especie de consciencia universal, y antes que ella humana, y sabe mal aceptar la vergüenza. En respuesta me he fanatizado en el ser una buena persona, que aunque burdo intento compensatorio, al menos me va sirviendo a mí para no despreciarme. Y en hacer eso súbitamente me apareció la revelación de que les faltaba la culpa a los seres malévolos que piensan locuras en los trenes, cómo destituir a su compañero de trabajo en los ascensores y que discuten por 40 euros con su amigo de toda la vida. Es el mundo que ellos mismos conforman el que impide con tantos medios como tiene, con casi siete mil millones de medios, la bondad. La gente buena se hace poco competitiva, se les confunde con seres débiles y por ley natural se persiguen unos y otros esfuerzos por someterles, por aprovecharse ante su predisposición al sometimiento (que no es eso); como los indios, son colonizados y, después, occidentalizados. De estas cosas, ya que valían, sublimé en unos cuantos posts que fechan de no hace tanto, cuando hacia adentro culminaba mi mirada sobrecogida al terror. (
http://rayhaller.blogspot.com/2010/07/y-ademas-lo-de-tener-que-envejecer-en.html ,
http://rayhaller.blogspot.com/2009/10/no-se-me-ocurre-ningun-titulo-asi-que.html) Y un día, en ello, encontré las facciones del miedo negro que me amedrentaba noche y noche a la hora del lobo, que era miedo de mí, de mi propia potencialidad... De las cosas horribles que estaban engarzadas en mi alma esperando a desenvolver su crisálida y dejar de ser fetos.
Si de todo este tiempo tuviese que elegirse un estado de ánimo con el que señalarme, uno recurrente y descriptivo, se diría que llevaba mis días, que los llevo aún, con las muletas del cansancio. Es triste lo que se ve en la superficie. Ya Bergman nos enseñó que los estados de ánimo no son definitorios, ni es justo utilizarlos contra una persona; porque no es cansancio, pero es la forma fácil de ignorarme a mí que estoy debajo de la capa de la piel, de quitarse los problemas de encima (sea yo o otro quien se los quita) y hacer convivencia de pura utilidad con todo esto que me está pasando dentro, todo lo que soy. Hete aquí otra tragedia del mundo moderno, que se nos increpa a simplificar las personas hasta el absurdo de la deshumanización y la etiqueta. Incluso yo llego a excusarme de las cosas diciendo que estoy cansado. Cómo me gustaría que cada vez que lo hago quien lo escucha o quien lo lee intuyese por lo menos el mundo oculto y complejo que se despliega tras cada una de las letras que tiene la palabra. Que tras la c se articula el trauma horroroso de vivir en cubículos como los chimpancés locos del zoo que cuando se han hecho mayores aprenden por necesidad a desquitarse lanzando excremento a las familias simpáticas que los visitan; que en la primera a ha medrado la alucinación de ver personas y personas repitiendo las mismas cadenas de desgracias que vivieron sus padres, y antes su abuelos, y antes, y antes, anclándose en ellas, ordenando su vida alrededor de esos cadáveres, incapaces todos de reaccionar ante la exhumación e incapaces también de no transmitirlos a sus propios hijos, de no manchar con ello, en definitiva, la salud mental de la humanidad, y etcétera. Y que entre unas y otras hay entresijos urdidos, caminos casi metafísicos pero muy reales que las juntan, que difuminan sus fronteras.