Tarde o temprano


Es como si estuviese crucificado y mellado de llagas al sol y me mirase y en un destello de angustia que se escapase último por mis ojos dijese que en qué me he convertido, y que ese aliento probase de descubrirse cómo, cuál fue el proceso que me giró la piel, pero sobretodo por qué tuvo que ser así.

Cuánta fiebre tienes

Cuánta fiebre tienes. Debes estar muy enferma. Todo esa humedad caliente por la cara, las gotitas que te redoblan en las puntas del pelo, y esa de la nariz, y me caen sobre el pecho, que luego fluyen calmadas por mi piel sin llegar nunca a las sábanas... Ven que te abrace; pero no quieres, no me dejas. Es toda esta enfermedad desnuda o sin analgésicos. Se te erizan los brazos y se te vuelven a erizar con cada escalofrío bajo la luz naranja –parece un mar con ondas, tu piel- de esta habitación como una carroza quieta en que nos hubiésemos metido, que no parece dispuesta a llevarnos a ningún lugar.  Parece en la eternidad tan presta la vida, y tú enferma, contigo enferma qué desgarradores son los gemidos. Son el desahogue de tus venas vertido en mí como el sudor. Podrías llorar al menos y sorbería tu pena, te cambiaría en besos todo el miedo. Pero no me haces partícipe, solamente tus jadeos de los que arañar partículas de esa cosa densa y honda que te horada dentro y te calienta hasta hervir la sangre. Tanta desesperación para ti sola que ahora te eriges otra vez sobre mí arremolinada, descombando tus pechos que vuelven a brillar bajo lo incandescente con el aceite de tu temblor. Y yo agarro tus muslos para notar mejor la incontinencia magmárea de tus ingles que parece que van a desbordar, y querría, no sé, imaginar que nos cruzamos soltando los cuerpos y te traspaso el borde y me quedo en ti, me convierto en las arterias tuyas, en tu corazón y en tus nervios y me recorro en ellos sumergido en el pulso de tus latidos, buscando el qué que te quema, descubriendo los fuegos y luego no sé, quizá lo que te decía, ser devorado también yo por ellos. Eso me bastaría... Morir aquí, así, porque sé que morirás conmigo o sin mí. Y que nos convirtamos en poso de nostalgia insospechado grabado en el fondo, por dentro, de una calabaza. Suena bonito de regusto, ¿no es cierto?, pero luego al pensarlo es solo absurdo. Que cuando te corras te vayas con ello, que te baje de un golpe la fiebre y vuelva algo sin volver y se acabe, y tenga que entender en un solo segundo que te habré perdido. Y que en contra solo nos quede la alternativa final morir aquí y de este modo, tras haber sido como mondados capa a capa hasta el alma por el dedo no se sabe si piadoso o satírico de un dios extraño que nos confirió espíritu y semejantes y un mundo en el que no pudiesen convivir ambas cosas. Que sea morir prendernos del cielo. Y todo, todo sin que nadie  llore, sin que se vierta una sola lágrima en el gran mundo por ello. 

John Wilkins (I)


El de John Wilkins es un nombre que me suena. Si tuvo que ser el de alguien, se trataría -sin duda- de algún escritor americano de aquellos que preferían bajar el Misisipi a estrenar un automóvil Ford por las calles de LA pero al que seguro que faltaba tiempo para lo primero y tenía obligación de lo segundo dos veces al año.  Bueno, o pudiese haber sido inglés, el tal John Wilkins, podría ser, y la confusión radicaría en si los abuelos de John migraron al nuevo continente o no. Escritor era seguro. Claro que si fuese inglés nunca se habría planteado bajar por el Támesis en barca. Sin el equipo apropiado, y sin haber requerido el formulario y esperado a su turno, y seguramente sin haber pagado antes... uuuu, eso no existe. Y toda la aventura sufragada a los designios del técnico en salubridad de agua del Támesis, que es un río bastante sucio. No es que John no pudiese navegar por ahí de ninguna manera, pero las instituciones saben tan bien como él lo trabajoso que es todo el tema de la burocracia, y carreoso el del dinero, y bien puto el del cáncer y la intoxicación por metales pesados, que le cuesta un montón al estado del bienestar. En lugar de eso, si fuese inglés nuestro amigo, tendría que haber acompasado su vida a los crujidos del fuego del hogar en una calle que se llamase noséqué road, sin exigirle mucho al mundo de fuera en lo que a originalidad y emoción respecta, conformado él con que la estabilidad y el sosiego que le transmitía el cric cric del fuego trascendiesen los muros de la casa y estuviese bien institucionalizado en las calles, que son las arterias de la sociedad. Pero pobre nombre de John Wilkins, lo mal que está siendo  tratando, tantas suposiciones y prejuicios. Y tú, que si no lo leyeses sería esto una ofensa muy menor y transitoria, completamente olvidable, de las que se pasan por alto. Ay, querido y ofensivo lector, fíjate en que ahora tanto tú como yo podríamos fácilmente desambiguar el origen del término, de John Wilkins y reventar su misterio, que ya empieza a recordarme a nombre de maquinilla de afeitar, por cierto, con una visita rápida, incluso furtiva a la wikipedia, compendio de conocimiento humano (una gran memoria colectiva en formato chip-set, compendio pues de memorias, un nuevo tránsito para la humanidad se diría, no explicaré por qué para que lo pienses tú). Seguro que los recuerdos de John Wilkins están ahí indexados, solo que en artículos que no llevan su nombre y que se comparten también con los tuyos. Podríamos, pues visitar la wikipedia y reconstruir la historia de tan singular nombre. Pero de la misma forma tú y yo sabemos también lo triste que sería elegir ese final para un relato, porque así acabaría agotado todo el interés creado, y creado a partir de un nombre que evoca a espuma de afeitar; y aún con ello un relato que ha empezado con un nombre cualquiera, un argumento hueco, pero que aún ha mantenido la fuerza estas pocas líneas hasta ahora contra todo pronóstico. Qué gran texto. Pero dejándonos de vanidades la cuestión es no decepcionarle a usted. ¿Qué diría John Wilkins si lo hiciera? Un deber concederle  a usted la originalidad que nadie hubiese sospechado al empezar a escalar las alturas del texto allí cuando presentaba a John hace dos minutos y le engañaba, usted no sabía que lo que estaba haciendo era escalar hacia panoramas más elevados de la existencia humana. Su propia imaginación... ejem. Por lo que no vamos a visitar la wikipedia, ni yo ni usted. Es un trato. En cambio vamos a seguir esta pantomima, hablando de nuestro imaginario señor Wilkins y sus transformaciones hasta que nos creamos y demos fe de que un ser tan complicado, tan maravilloso, con una historia tan humana como la nuestra (que ya verá que será dramáticamente parecida a la suya -tan limitado es el hombre en su infinidad-) que no puede no haber existido, que a caso lo que pase es que no está documentado su nacimiento pero no hay duda de que eso ocurrió, ha sido su fantasma en paranormalmente inaudible lenguaje quien nos ha susurrado al oído su historia.

Y una polla. Yo mucho más.