Un claxon negro y demoledor, un estruendo que se abomba hasta el latido y vuelve a latir, que asfixia

El techo del cielo infinito en todas direcciones, los silencios siempre móviles de las nubes, hilos invisibles de aire jugando a esos juegos fatuos suyos que no se ven más que con los dedos, entre los dedos, o con los vuelos del cabello… y debajo un claxon negro y demoledor, un estruendo que se abomba hasta el latido y vuelve a latir, que asfixia. Debajo, como hundidas en el subsuelo de los dioses, se comban las batallas perdidas de los ojos de occidente junto a las vidas cercenadas por la heroína, las fracciones de historia cubiertas bajo cada burka con el olor a perro muerto… Lo estúpido que es que haya veces en las que me plantee qué sentido tiene la verdad. El suelo y la arena, la palabra y las víctimas de la palabra, cada uno en nuestra propia medida. Veréis, el sinsentido alarga su sombra sobre todos los continentes y a cada persona la marca con sus signos - mezquindad, dolor, represión, miedo, odio, melancolía. En Afganistán un viejo proverbio pashtún antiquísimo significa cientos de años de violaciones, torturas, de miedo y de desamparo. Dice así: “Todas las mujeres son despreciables, incluidas tu madre y tu hermana”. Ante algo como esto no puedo ponerme objetivo, no dejo de pensar que no puede ser que lo que me avergüenza de ser humano, pashtún, es solo una convención social, que es por haberme educado en España, país, sobretodo, de tolerancia (aunque lo sea por cobardía política), o de prudencia, vaya. Es uno de esos pecados que cuelgan sobre la cabeza de toda la raza como una gran gota de sangre negra y astillada, como las torturas japonesas, los campos de concentración, los desmembramientos, ese hombre al que habían cortado las piernas en Méjico por estar en mal lugar mientras violaban a su novia, o el negro al que le amputaron las manos en un alarde de sentido del humor para que no pudiese votar. Las historias particulares tienen tanto valor y son incontablemente, son tantas… Hay montañas de brazos arrancados por ser de descendientes de su árbol genético pero ninguno de esos tendones costó menos dolor al cortarse por haber ido a formar parte de este monumento sangriento o comunidad de vidas expropiadas. También el horror de lo cotidiano es uno de esos pecados.

Creo que todos deberíamos superar a tiempo el concepto de justicia; eso es antes de sumergirnos en la sociedad. Lo de Afganistán no es injusto, eso no existe, es estúpido y es humano. Bajo cada burka hay un pedazo de historia construida por las personas, un pedazo muy pequeño forjado por las generaciones. Es siniestro que sea capaz de entender cómo se siguieron los hechos, los motivos que escribieron ese antiguo refrán pashtún, como conozco los que han expoliado a las personas su alma en occidente o como podría entender los de Hitler si me lo propusiese. Ningunos tienen sentido. La historia, conformada de infinitos pedazos de vidas humanas, es como una rueda desbocada a la que todos tenemos que someternos desde el día en que nos echan al mundo. Una rueda de incoherencia y desamparo que nos arrastra con su retumbar y que da mucho miedo.

Dormir

El sueño me da miedo

es un miedo horrible

un terror.

Dormir da calor

un calor de ultratumba,

sueños de ultramar

que saben a olas,

salitre sumergido

diluido en la línea del horizonte

diluido entre el cielo y el mar.

Le temo porque es inconmensurable,

inconmensurable sin más.

En el sueño vive el horror del infinito

que es un horror de arco iris,

un horror de sí vivir.

Pienso al dormir, pienso en tantas cosas…

y entonces me doy cuenta de que

no hay escapatoria,

(no hay)

no hay,

nadie huye de si mismo hasta que muere

ni de los demás hasta que muere

ni de Dios hasta que muere,

pero al cabo ni la muerte es una salida.

Me da miedo morir

porque es entrar al peor de los sueños,

a la mejor pesadilla,

la menos vívida,

la menos de verdad,

la menos real…

la peor.

Silencio

Cuando no eres importante para nadie es como si resonaran los silencios. Normalmente nadie para atención a su lenguaje si no está solo, y solamente cuando han sido dosis grandes de soledad llegamos a descifrarlo. Entendemos entonces que no es casualidad que la compañía los borre del todo, excepto durante los pestañeos, que el sonido es uno más de sus estados, y recordamos que aunque no la percibíamos entonces, había música en él cuando suspirábamos de amor por alguien y que cuando hubo pasado ese amor, el silencio quedó agitado, un poco turbio y como lleno de posos de café. Cuando te quieren a distancia el silencio sabe, es como agridulce; cuando te quieren en la habitación de al lado el silencio es inquietud todo; y cuando te quieren dormidos el silencio se acompasa al latir de su corazón sobre tu pecho. Y aun con ello el lenguaje del silencio es lo más triste del mundo porque solo se entiende estando solo, solísimo, leído de recuerdos que llegan a tu orilla como pequeños regalos del tiempo a tu dolor.