Sin título

El ruido de la balanzas comba las nubes. Un estupor general ante todo nació hilvanado a cada porción del universo y también a cada porción de porción de Él. Y un señuelo eléctrico cavado dentro del cuerpo como trincheras de Aquél espera su momento de atención mientras suena color de prisma la caja de música que es, señalando.

Ya mis musas han dejado de ser soñadas y no me visitan nostálgicas cuando voy a dormir, imágenes de aire sosegado que huyen como auroras entre los dedos cuando quieres alcanzarlas, y las toco y las abrazo y no dejan de serlo por tocarlas y abrazarlas pero navegan aún dentro de mí, como antes, aunque no de la misma forma, recorriendo los ríos eléctricos de mi alma - y la tuya; y ahora cuando duermo, como ya se han condensado esos sueños niños en material, en carne y hueso, en adoración y en gotitas de semen, lo que aparece no es ya un mundo antiguo con aroma de bohemia que al no tener lugar en la historia, por mágico y caprichoso vino a residir en mi fantasía ni se pueblan mis sueños de fanales de aceite, candiles de una noche demasiado blanda para haber existido.

Ha sido un golpe extraño (aunque un golpe) haber tocado el cielo de la realidad de mi propia vida – traducir en día a día mis memorias de ultratumba, enamorarme de verdad, sentir que el suero del mundo estaba diluido en invierno y no daba para envolverte y nadar dentro de él, que sería cálido como en una placenta para tu propia virtud, como si se tratase, el mundo, de la postrera madre a la que importarías por el sólo hecho de ser su retoño; e importarías siempre, per se, te amaría por dentro, bailarías en ella con ella, nunca destetado. Pero aun con la musa al lado no veo transmutar los sabores más allá de nuestra conjunta alma. La piedra sigue sabiendo a hierro, el hierro a sangre y la sangre a piedra, y el universo sigue mostrándose a si mismo como un misterio tan inefable que cuando intentas describir cuán grande es este “tan” explotan las palabras y se borran del texto; a su lado el significado deja de tener significado, tan inabarcable es, y las personas dejan de existir. Y supongo que se trata de un miedo pueril, eso es lo que diría un sabio o un budista, pero yo le temo a la indiferencia ésta de las cosas... De niño sentía escalofríos al pensar que si me hubiesen matado en aquél momento con la televisión encendida la mujer del telediario no hubiese interrumpido su discurso para mirar aterrorizada a todos los espectadores de España.

Y nadar, sobretodo nadar, en comunión con Él - intrínsecamente descubierto.